En busca de salud para su familia

21 November 2024|Amarú Lombardi

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Como muchos, Luisa dejó Venezuela a causa de la crisis económica. Su familia fue directamente impactada por los crecientes costos de salud, que impidieron que miembros de su familia recibieran el tratamiento médico que necesitaban. Debido a los inflados costos de los servicios de salud, muchos de sus familiares murieron, incluso su hermana, quien no pudo cubrir los costos de su tratamiento y falleció de cáncer de mama.

Poco después de la muerte de su hermana, a Luisa le diagnosticaron cáncer. Para pagar los altos costos de las quimioterapias, empezó a vender sus pertenencias. “Como madre soltera de tres hijas, no podía dejarlas huérfanas. ¿Quién iba a cuidarlas?” Finalmente, ya no había cosas en su casa para vender. Lo único que le quedaba era la cama y el refrigerador. Cuando vendió el refrigerador, se dio cuenta de que si se quedaba en Venezuela, moriría. La venta del refrigerador le permitió recibir la última dosis de quimioterapia que necesitaba para completar el tratamiento, pero, a pesar de la mejora de su salud, Luisa sabía que la situación económica de Venezuela estaba dejando a sus niñas sin un futuro.

Se fue sin un dólar en el bolsillo y empezó su viaje a Colombia, y eventualmente Ecuador, para encontrar trabajo. Pasó días sin comer durante el trayecto por Venezuela y Colombia. Ella recuerda, “muchos me dijeron que estaba loca, pero yo les decía, ‘no, no estoy loca. Solo imaginen si ustedes estuvieran en Venezuela, perseguidos, amenazados, hambrientos, perdiendo la esperanza y sin un futuro para sus hijas. No quiero que mis hijas tengan la mentalidad de que su única esperanza es casarse. No quiero negarles un helado porque no tengo el dinero. Se merecen más’”.

En Ecuador, Luisa se reencontró brevemente con el padre de su hija menor, pero buscó ayuda cuando se vio en una situación de violencia doméstica. Fue referida a Servicio Jesuita a Refugiados, quienes la albergaron en uno de sus refugios en Quito, donde le dieron el apoyo de emergencia que ella necesitaba para poder valerse por sí misma.

“El Servicio Jesuita a Refugiados me dio la fuerza que necesitaba”, dice ella. “Me dieron calma y seguridad. JRS me ayudó a seguir adelante. Me dio fuerza para el camino”.

Luisa estaba en el refugio cuando se enteró de que su hija mayor en Venezuela tenía apendicitis. Debido a la situación económica en Venezuela, esta operación menor se convirtió en un gasto mayor—una “tragedia”, como dice Luisa. A pesar de todas las horas que había trabajado en Ecuador, no pudo costear la operación, por lo que la hija de Luisa fue puesta en un coma inducido. Luisa tuvo que trabajar largas horas, sumida en una extrema ansiedad, para poder enviar dinero suficiente a Venezuela para la operación. “Mi mundo colapsó, no estuve ahí para ella. Sentí que era el fin del mundo”. Después de la operación y 20 días en coma, la hija de Luisa pudo llamarla por teléfono y decir “Mami, ¡te extraño!”.

Hoy, Luisa vive en Quito y ha podido reunirse con su hija mayor. “Estoy agradecida por toda la ayuda que he recibido a lo largo de este recorrido, de gente que ni siquiera me conoce, pero que se preocupó por mí: por ser humana, igual a ellos”.

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