Construyendo un mundo sin fronteras
21 November 2024|Amarú Lombardi
Karielys Palma tiene 15 años; nació en Maturín, en el oriente venezolano. Allí, su mamá se desempeñaba como maestra de una escuela rural y su padrastro trabajaba en una empresa donde vendían autos. La situación económica de Venezuela obligó a su familia a salir del país en busca de mejores condiciones de vida.
Primero salió su padrastro, Julio Portillo, en enero de 2018. Llegó a San Lorenzo, Ecuador, como vendedor ambulante de avena. Caminó cientos de veces las calles de este pueblo fronterizo trabajando para reunir el dinero suficiente y así su familia pudiera salir de Venezuela.
En mayo de 2018 llegaron a Ecuador su mamá, Karen González, y su hermana, pues su padrastro ya había identificado un posible emprendimiento familiar con el que la familia podría sostenerse. Desde ese momento iniciaron su negocio de empanadas venezolanas, donde conocen a muchas personas venezolanas que llegan al país por esta zona fronteriza.
Karielys empezó su viaje siete meses después de la llegada de su madre a Ecuador, en diciembre de 2018. Tuvo que atravesar toda Venezuela en bus para llegar a la frontera con Colombia: su mamá le esperaba allí. Una vez en el punto fronterizo, no consiguieron realizar su migración de manera legal, pues es menor de edad y el personal de migración Colombia no le permitía pasar sin el permiso de su papá, quien se desentendió de ella a sus 2 años de edad. En vista de esto, se vieron obligadas a pasar por trochas. Tuvieron que pasar un río para llegar a territorio colombiano; afortunadamente, no tenía un caudal fuerte. Luego de cinco días de viaje desde el nororiente colombiano, llegaron a San Lorenzo (Ecuador), donde le esperaban su padrastro y su hermana.
Esta joven venezolana describe su vida en Ecuador como “normal”, pues puede encontrar comida y medicamentos; en definitiva: vivir dignamente. Pero asegura que todas las personas venezolanas, tanto las que salen del país como las que se quedan, viven siempre con angustias por sus familiares que están a kilómetros de distancia. Pese a eso, agradece a Dios porque todas las personas que ha conocido en Ecuador les han recibido de manera acogedora.
Su estilo de vida ha cambiado un poco. Ella dice que en Venezuela tenían casa propia, estaba enfocada únicamente en sus estudios y, de vez en cuando, pasaba tiempo con sus amigas. Desde que llegaron a Ecuador, todos los miembros de su núcleo familiar trabajan para sostener la venta de empanadas. Karielys estudia, y trabaja en el negocio.
A pesar de esto, toda su familia siempre ha tenido un espíritu de servicio. Cuando vivían en Venezuela, cada vez que podían, su mamá llevaba comida a niñas y niños que no tenían qué comer en la escuela donde trabajaba. En Ecuador también ayudan a personas migrantes procedentes de Venezuela.
Su mamá Karen es referente de la población venezolana en la municipalidad de San Lorenzo. Asiste a reuniones para coordinar atenciones a personas venezolanas migrantes y no recibe alguna remuneración por ese rol. “Lo hacemos de corazón porque aprendimos a querer a nuestros paisanos. Si algo le pasa a cualquiera de mi país, nos duele”, expresa Karielys.
Por su parte, ella ha participado en jornadas de formación ciudadana organizadas por el Servicio Jesuita Refugiados – JRS Ecuador con el objetivo de ser portavoz del acceso a derechos y servicios para personas migrantes en Ecuador y, particularmente, en su localidad ha formado parte de un proyecto de integración socio-política y cultural de migrantes en comunidades de acogida.
Desde su espacio, Karielys y su familia buscan que las personas ecuatorianas, colombianas y venezolanas estén unidas porque, según ella, “Dios no creó fronteras, Dios nos creó a todos por igual y no hay que herir y maltratar verbalmente a nadie por su nacionalidad”.